Una lechera llevaba en la cabeza un cubo de leche recién ordeñada y caminaba hacia su casa soñando despierta. "Como esta leche es muy buena", se decía, "dará mucha nata. Batiré muy bien la nata hasta que se convierta en una mantequilla blanca y sabrosa, que me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero, me compraré un canasto de huevos y, en cuatro días, tendré la granja llena de pollitos, que se pasarán el verano piando en el corral. Cuando empiecen a crecer, los venderé a buen precio, y con el dinero que saque me compraré un vestido nuevo de color verde, con tiras bordadas y un gran lazo en la cintura. Cuando lo vean, todas las chicas del pueblo se morirán de envidia. Me lo pondré el día de la fiesta mayor, y seguro que el hijo del molinero querrá bailar conmigo al verme tan guapa. Pero no voy a decirle que sí de buenas a primeras. Esperaré a que me lo pida varias veces y, al principio, le diré que no con la cabeza. Eso es, le diré que no".
La lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no, y entonces el cubo de leche cayó al suelo, y la tierra se tiñó de blanco. Así que la lechera se quedó sin nada: sin vestido, sin pollitos, sin huevos, sin mantequilla, sin nata y, sobre todo, sin leche: sin la blanca leche que le había incitado a soñar.
No anhelemos con ansia el futuro, porque el presente no es muy seguro.
Encontré esta poesía en un blog, y me pareció interesante, sobre todo porque puede ser una herramienta entretenida y sencilla para enseñar historia a los más pequeños. Dice que es escrita por Carmen E. Morón Armenta y se las traigo esta semana, a propósito de la independencia de Colombia este 20 de julio. No olviden visitar otra de mis entradas sobre el 20 de julio, dando clic aquí.
En mil ochocientos diez esta Colombia no existía y los españoles mandaban haciendo lo que querían.
A investigar las protestas que todo el pueblo proclama don Antonio Villavicencio llega directo de España.
Para hacerle un homenaje a este digno caballero los hermanos Morales se prestaron un florero.
El chapetón González Llorente no se los quiso prestar y enseguida los criollos se pusieron a pelear.
Como era día de mercado la noticia se corrió y la gente aglomerada a todo pulmón gritó: ¡Queremos cabildo abierto! ¡Que se haga la reunión! ¡Abajo los chapetones! ¡No más reinado español!
El virrrey Amar y Borbón se negó a tal petición pero cambió su respuesta al ver la aglomeración.
José Acevedo y Gómez se tomó la vocería y se conformó la junta como todo el pueblo quería.
Los Joaquín Camacho y Gutiérrez, Camilo Torres y Benítez, Luis Francisco Caicedo y José María Carbonell junto con Andrés Rosillo aceptaron su papel.
Al amanecer del veintiuno el Acta quedó firmada y el grito de independencia en todas partes sonaba.
Vivía en otros tiempos una hechicera que tenía tres hijos, los cuales se amaban como buenos hermanos; pero la vieja no se fiaba de ellos, temiendo que quisieran arrebatarle su poder. Por eso transformó al mayor en águila, que anidó en la cima de una rocosa montaña, y sólo alguna que otra vez se le veía describiendo amplios círculos en la inmensidad del cielo. Al segundo lo convirtió en ballena, condenándolo a vivir en el seno del mar, y sólo de vez en cuando asomaba a la superficie, proyectando a gran altura un poderoso chorro de agua. Uno y otro recobraban su figura humana por espacio de dos horas cada día. El tercer hijo, temiendo verse también convertido en alimaña, oso o lobo, por ejemplo, huyó secretamente.
Habíase enterado de que en el castillo del Sol de Oro residía una princesa encantada que aguardaba la hora de su liberación; pero quien intentase la empresa exponía su vida, y ya veintitrés jóvenes habían sucumbido tristemente. Sólo otro podía probar suerte, y nadie más después de él. Y como era un mozo de corazón intrépido, decidió ir en busca del castillo del Sol de Oro.
Llevaba ya mucho tiempo en camino, sin lograr dar con el castillo, cuando se encontró extraviado en un inmenso bosque. De pronto descubrió a lo lejos dos gigantes que le hacían señas con la mano, y cuando se hubo acercado, le dijeron:
- Estamos disputando acerca de quién de los dos ha de quedarse con este sombrero, y, puesto que somos igual de fuertes, ninguno puede vencer al otro. Como vosotros, los hombrecillos, sois más listos que nosotros, hemos pensado que tú decidas.
- ¿Cómo es posible que os peleéis por un viejo sombrero? -exclamó el joven.
- Es que tú ignoras sus virtudes. Es un sombrero milagroso, pues todo aquel que se lo pone, en un instante será transportado a cualquier lugar que desee.
- Venga el sombrero -dijo el mozo-. Me adelantaré un trecho con él, y, cuando llame, echad a correr; lo daré al primero que me alcance.
Y calándose el sombrero, se alejó. Pero, llena su mente de la princesa, olvidóse en seguida de los gigantes. Suspirando desde el fondo del pecho, exclamó:
- ¡Ah, si pudiese encontrarme en el castillo del Sol de Oro! -y, no bien habían salido estas palabras de sus labios, hallóse en la cima de una alta montaña, ante la puerta del alcázar.
Entró y recorrió todos los salones, encontrando a la princesa en el último. Pero, ¡qué susto se llevó al verla!. Tenía la cara de color ceniciento, lleno de arrugas; los ojos, turbios, y el cabello, rojo.
- ¿Vos sois la princesa cuya belleza ensalza el mundo entero?
- ¡Ay! -respondió ella-, ésta que contemplas no es mi figura propia. Los ojos humanos sólo pueden verme en esta horrible apariencia; mas para que sepas cómo soy en realidad, mira en este espejo, que no yerra y refleja mi imagen verdadera.
Y puso en su mano un espejo, en el cual vio el joven la figura de la doncella más hermosa del mundo entero; y de sus ojos fluían amargas lágrimas que rodaban por sus mejillas. Díjole entonces:
- ¿Cómo puedes ser redimida? Yo no retrocedo ante ningún peligro.
- Quien se apodere de la bola de cristal y la presente al brujo, quebrará su poder y me restituirá mi figura original. ¡Ay! -añadió-, muchos han pagado con la vida el intento, y, viéndote tan joven, me duele ver el que te expongas a tan gran peligro por mí.
- Nada me detendrá -replicó él-, pero dime qué debo hacer.
- Vas a saberlo todo -dijo la princesa-: Si desciendes la montaña en cuya cima estamos, encontrarás al pie, junto a una fuente, un salvaje bisonte, con el cual habrás de luchar. Si logras darle muerte, se levantará de él un pájaro de fuego, que lleva en el cuerpo un huevo ardiente, y este huevo tiene por yema una bola de cristal. Pero el pájaro no soltará el huevo a menos de ser forzado a ello, y, si cae al suelo, se encenderá, quemando cuanto haya a su alrededor, disolviéndose él junto con la bola de cristal, y entonces todas tus fatigas habrán sido inútiles.
Bajó el mozo a la fuente, y en seguida oyó los resoplidos y feroces bramidos del bisonte. Tras larga lucha consiguió traspasarlo con su espada, y el monstruo cayó sin vida. En el mismo instante desprendióse de su cuerpo el ave de fuego y emprendió el vuelo; pero el águila, o sea, el hermano del joven, que acudió volando entre las nubes, lanzóse en su persecución, empujándola hacia el mar y acosándola a picotazos, hasta que la otra, incapaz de seguir resistiendo, soltó el huevo. Pero éste no fue a caer al mar, sino en la cabaña de un pescador situada en la orilla, donde en seguida empezó a humear y despedir llamas. Eleváronse entonces gigantescas olas que, inundando la choza, extinguieron el fuego. Habían sido provocadas por el hermano, transformado en ballena, y, una vez el incendio estuvo apagado, nuestro doncel corrió a buscar el huevo, y tuvo la suerte de encontrarlo. No se había derretido aún, mas, por la acción del agua fría, la cáscara se había roto y, así, el mozo pudo extraer, indemne, la bola de cristal.
Al presentarse con ella al brujo y mostrársela, dijo éste:
- Mi poder ha quedado destruido, y, desde este momento, tú eres rey del castillo del Sol de Oro. Puedes también desencantar a tus hermanos, devolviéndoles su figura humana.
Corrió el joven al encuentro de la princesa y, al entrar en su aposento, la vio en todo el esplendor de su belleza y, rebosantes de alegría, los dos intercambiaron sus anillos.
La leyenda de Francisco el hombre, se relaciona con el origen del vallenato, siendo Francisco el primer juglar de la historia colombiana y con ello el fundador de un arte.
Cuenta la leyenda que, después de una larga noche de parranda, un hombre sale de regreso a su pueblo; decidió sacar su acordeón y sobre su burro, como era usual en aquella época, comenzó a interpretar sus melodías. De repente, en medio de la oscuridad, comenzaron a sonar melodías de otro juglar que desafiante trataba de superarlo. Francisco se dirigió al lugar donde provenían las melodías y para su sorpresa, se dio cuenta que quien las tocaba era el diablo, que se encontraba sentado sobre las raíces de un gran árbol. Satanás siguió tocando unas extrañas notas tan poderosas y bellas a la vez, que hicieron apagar la luna y todas las estrellas. Solo se veían los resplandecientes ojos de aquel demonio, en la inmensidad de la noche.
Dicen que Francisco tenía gran habilidad con el acordeón y con gran inspiración comenzó a hacer melodías hermosas que hicieron que de nuevo la luna y la estrellas iluminaran la noche. Ahí comenzó un duelo de casi dos horas entre Francisco y el diablo, en donde el uno le respondía al otro con una melodía cada vez más bella. Entonces, Francisco miró al cielo y comenzó a rezar el credo al revés; de pronto el demonio dio un terrible alarido de derrota y se desapareció para siempre entre las montañas. Cuentan que cuando el diablo se esfumó, se fueron también las pestes y la maldad en la región y, a partir de ese momento, reinó un espíritu de paz y armonía que permitió el surgimiento de nuevos ritmos como la puya, el merengue, el son y el paseo.
Uno de los posibles "Francisco, el hombre", es el guajiro Francisco Moscote, un nombre mencionado en la novela de Gabriel García Márquez "Cien años de soledad" como "un anciano trotamundos de casi doscientos años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo". Pero también cuentan que "Francisco, el hombre" es en realidad Francisco Rada, quien aprendió a tocar el acordeón desde muy pequeño y fue el creador de uno de los aires del vallenato. En la película "El acordeón del diablo" se hace mención a Rada.