(Hans Christian Andersen)
Érase una vez, una ratita que era muy presumida. Un día, la ratita estaba barriendo su casita, cuando de repente en el suelo ve algo que brilla... una moneda de oro.
La ratita la recogió del suelo y se puso a pensar qué se compraría con la moneda: "Ya sé, me compraré caramelos... ¡uy no! que me dolerán los dientes. Pues me compraré pasteles... ¡uy no! que me dolerá la barriguita. ¡Ya lo sé! Me compraré un lacito de color rojo para mi rabito."
La ratita se guardó su moneda en el bolsillo y se fue al mercado. Una vez en el mercado le pidió al tendero un trozo de su mejor cinta roja. La compró y volvió a su casita.
Al día siguiente, cuando la ratita presumida se levantó se puso su lacito en la colita y salió al balcón de su casa. En eso aparece un gallo y le dice:
- Ratita, ratita, tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?
- No sé, no sé, ¿tú por las noches qué ruido haces? - respondió la ratita.
- ¡Quiquiriquí! - canta el gallo fuertemente.
- ¡Ay no! contigo no me casaré. No me gusta el ruido que haces.
Se fue el gallo y apareció un perrito muy elegante.
- Ratita, ratita, tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?
-No sé, no sé, ¿Tú por las noches qué ruido haces? - respondió la ratita.
- ¡Guau guau! - ladró el perro.
-¡Ay no! contigo no me casaré. Ese ruido me asusta.
Se fue el perro y apareció un cerdito, que le dijo:
- Ratita, ratita, tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?
-No sé, no sé.¿y tú por las noches qué ruido haces? - respondió la ratita
-¡Oink Oink! - gruñó el cerdito
-¡Ay no! contigo no me casaré. Ese ruido es muy ordinario.
Así pasaron varios pretendientes y a todos, la ratita rechazaba. De pronto, llegó hasta su casa un gato blanco, muy fino y guapo, que sin dudarlo le dice a la ratita:
- Ratita, ratita, tú que eres tan bonita, ¿te quieres casar conmigo?
- No sé, no sé, ¿y tú qué ruido haces por las noches?
- ¡Miauu miauu! - responde el gato con voz suave y dulce.
- ¡oh, contigo sí me casaré!. Tu voz es muy dulce.
Se celebró la gran boda y a ella asistieron todos los pretendientes que fueron rechazados. Fue una hermosa fiesta muy elegante y a la última moda.
Ya solos en su casa, la ratita muy enamorada le dice al gato:
-¡Ay gatito, ¿siempre me vas a querer?
- ¡Verás con este besito, cómo te voy a... comer! - respondió el gato dándole un mordisco que casi mata a la ratita.
La ratita corrió por las escaleras huyendo del gato, luego de descubrir la maldad y sus reales intenciones. Se dio cuenta que no debió juzgar por las apariencias sino por su interior.