viernes, 9 de agosto de 2013

El chico que fue a buscar al Viento Norte

(Cuento escandinavo)



Esta es la historia de una pobre viuda que tenía un hijo muy trabajador y servicial. Para ayudar a su madre, el chico iba todos los días al mercado a comprar los alimentos que ella cocinaba. Pero un día, al salir del mercado, llegó soplando el Viento Norte, le arrebató las provisiones y se las llevó por los aires. 

El muchacho entró nuevamente al mercado y compró más cosas, pero, al salir, el Viento Norte se las volvió a quitar. Lo mismo ocurrió una tercera vez. El chico estaba furioso y decidió hacerle una visita al Viento y pedirle que por favor le devolviera su comida. 



Partió en busca del Viento. El camino era largo y tuvo que andar muchas horas hasta que llegó a la casa del Viento. 

- Buenos días - le dijo-. Te doy las gracias por haber ido a encontrarme. 
- BUENOS DIAS - contestó el Viento Norte, que tenía la voz fuerte y áspera -. Gracias a ti por venir a verme hoy. ¿Qué deseas?. 

- Solo quería rogarte que fueras bueno conmigo y me devuelvas las provisiones que me quitaste a la puerta del mercado, porque somos pobres y no podemos comprar las cosas tres veces. Si continúas arrebatándome la comida mi madre y yo moriremos de hambre. 

- Yo no tengo tus provisiones - le dijo el viento - Pero ya que son tan pobres, te daré un mantel. Sólo tendrás que decir, Mantel, extiéndete y sírveme ricos manjares.  

El muchacho quedó muy contento y le dio las gracias al Viento Norte. Como el camino era tan largo, no pudo volver a su casa el mismo día y entró en una posada. Cuando llegó la hora de cenar, puso el mantel sobre la mesa del rincón y dijo: "Mantel, extiéndete y sírveme toda clase de ricos manjares!" 


Al momento el mantel hizo lo que se le mandaba y todos quedaron maravillados, sobre todo el posadero. Por eso, cuando todos se fueron a dormir, el posadero robó el mantel y puso en su lugar otro igual pero que no podría darle ni un pedazo de pan. Al despertar, el muchacho tomó el mantel sin darse cuenta del cambio y partió a su casa. 

- Madre, madre ¿sabes de dónde vengo? He ido a visitar al Viento Norte - explicó al llegar - Como es muy bueno, me ha dado este mantel. Es mágico y cuando le digo: "Mantel, extiéndete y sírveme toda clase de ricos manjares!" pone sobre la mesa platos exquisitos. 
-Quizás sea verdad hijo mío - contestó la madre - pero yo no puedo creerlo si no lo veo. 

El muchacho se dio prisa en poner el mantel sobre la mesa y decir: 
"Mantel, extiéndete y sírveme toda clase de ricos manjares!" 
Pero el mantel no sirvió nada, ni un pedazo de pan. 
- ¡Bueno! Veo que esto no tiene remedio. Volveré a la casa del Viento Norte - dijo el muchacho algo enojado. 

Allá fue. A última hora de la tarde llegó al palacio del Viento. 
- Buenas ardes - dijo. 
- BUENAS TARDES - contestó el Viento Norte, con su grueso vozarrón. 
- Quiero que me pagues algo por las provisiones que me arrebataste - dijo el chico - el mantel que me diste no me sirve para nada. 
- Yo no tengo tus provisiones, pero mira, ahí tienes un carnero que da monedas de oro con sólo que se le diga: "¡Carnero, carnero, dame dinero!". 

Al muchacho le pareció muy bien y se marchó. Como era imposible llegar a su casa aquel mismo día, entró al anochecer en la misma posada donde había dormido la noche anterior. 

Antes de pedir nada puso a prueba lo que el Viento Norte le había dicho respecto del carnero y vio que el Viento no lo había engañado. Pero el codicioso posadero también sintió deseos de poseer el carnero mágico. Esperó a que el chico se durmiera y se lo cambió por otro carnero igual, pero que no daba ni monedas de oro ni de ningún tipo. 

A la mañana siguiente, salió el muchacho y al llegar a su casa, le dijo a su madre muy contento: 
- El viento norte es genial; ahora me ha regalado un carnero que da monedas de oro. 

- Puede ser cierto - contestó la madre - pero yo no creeré ese cuento hasta que no vea las monedas con mis ojos. 
- ¡Carnero, carnero, dame dinero! - dijo el joven. 
Pero el animal no le hizo caso. 
Ni corto ni perezoso, el muchacho volvió al palacio del Viento Norte y le dijo que el Carnero no tenía valor y que él quería hacer valer sus derechos. 
- Bien -dijo el Viento - a excepción del bastón que ves ahí, no tengo otra cosa que darte. Pero si dices: "¡Pega, pega, bastón!", lo hará hasta que le ordenes "¡Para Bastón!". 


Como el camino era tan largo, el muchacho entró a la posada. Entendía ahora lo ocurrido con el mantel y con el carnero, por lo que se tendió enseguida sobre un banco y comenzó a roncar como si estuviera profundamente dormido. 
El posadero, pensaba que el bastón tendría alguna virtud parecida a las del mantel y del carnero. Cuando lo escuchó roncar trató de cambiarle el bastón por otro. Pero el chico estaba alerta y gritó: 
- ¡Pega, pega, bastón! 

Entonces, el bastón comenzó a pegar al posadero hasta hacerle saltar por encima de sillas, mesas y bancos gritando. 
- ¡Ay de mí! Por favor muchacho, ordena que el bastón se detenga o me matará a golpes. Detenlo y te devolveré tu carnero y te devolveré tu carnero y tu mantel enseguida. 

El chico ordenó: 
- ¡Para Bastón! 
Después tomó el mantel y se lo metió en el bolsillo. Volvió a su casa, con el bastón en la mano y llevando al carnero con una cuerda que ató a los cuernos. Por fin había cobrado el precio de las provisiones que le llevara el Viento Norte. 


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