El hada de nuestra historia estaba muy ocupada aquel día. Las reinas de dos países vecinos estaban a punto de ser mamá por primera vez. Y ella, como amiga de las dos reinas, debía estar presente, cuando los bebés nacieran, para darles sus bendiciones.
El primero en nacer fue un principito que era, pobrecito, muy requetefeo. Tenía un gran mechón de pelo, por lo que le llamaron Riquete, el del copete.
El primero en nacer fue un principito que era, pobrecito, muy requetefeo. Tenía un gran mechón de pelo, por lo que le llamaron Riquete, el del copete.
- ¡Vaya niño más feo! -dijo el rey al ver a Riquete.
- Sí, pero cuando crezca tendrá una gran virtud -contestó el hada ante las palabras del rey.
- ¿Una gran virtud? ¿Qué virtud? -preguntó la reina con gran curiosidad.
- Será feo sólo exteriormente, porque por dentro será el joven más sabio y bondadoso de cualquier reino. Y además, aquella persona a quien ame tendrá también esos dones -contestó la dulce hada mientras sonreía al mirar al bebé.
En el otro reino, nació una niña muy linda. Al verla, todo el mundo quedaba admirado de tanta belleza.
- Es una niña preciosa. ¡Es tan hermosa! -dijo la reina con gran cariño.
- Será el orgullo de nuestro país. Todos los príncipes vendrán a pedirla en matrimonio. -comentó el rey, muy feliz por su princesita.
- Es cierto, pero tendrá un defecto -dijo el hada que acababa de llegar del reino de al lado.
- ¿Un defecto? -preguntó la reina muy preocupada.
- La niña será muy agraciada por fuera, pero un poco torpe e ingenua. Pero, no os preocupéis, porque no será así siempre -contestó el hada con una voz muy extraña.
Pasaron los años y Riquete, con su típico tupé, se hacía cada vez más bondadoso y sabio. Pero no era feliz. Su aspecto era bastante feo y, por eso, ninguna doncella le miraba.
La princesa, al contrario, cada día gustaba más a los jóvenes por su belleza, pero todos se alejaban de ella cuando abría la boca para decir algo.
Un día, mientras la princesa paseaba por el bosque se encontró con un muchacho bastante feo, era Riquete. Tras asustarse un poco se dio cuenta de que era un muchacho de gran corazón e inteligencia. Riquete, nada más verla, sintió que se enamoraba de la princesita. Como se veían muchos días, se hicieron amigos.
La princesa aprendió muchísimas cosas de Riquete y daba gusto escucharla hablar sobre cualquier tema.
Con el tiempo se decía que la princesita no sólo era la más bella, sino que era prudente y sensata. Por eso el castillo se llenó de pretendientes de muchísimos lugares que iban a pedirla para esposa. Pero todos eran rechazados por la linda muchacha.
Un día llegó al castillo un apuesto joven. Era no sólo muy sabio, sino que, además, tenía un gran atractivo. Había algo que le diferenciaba: su gran copete.
- Soy el príncipe Riquete, el del copete, y deseo contraer matrimonio con la princesa más bella del mundo -exclamó ante la corte de palacio.
El amor no sólo había cambiado a la princesa sino también a Riquete. Como suele suceder entre las personas que se quieren bien.