viernes, 30 de diciembre de 2011

Un año nuevo

(Pacho Aquino)

Dicen que cuando se acerca fin de año los ángeles curiosos se sientan al borde de las nubes a escuchar los pedidos que llegan desde la tierra.

- ¿Qué hay de nuevo? -pregunta un ángel pelirrojo, recién llegado.
Lo de siempre: amor, paz, salud, felicidad...- contesta el ángel más viejo.
Y bueno, todas esas son cosas muy importantes.

Lo que pasa es que hace siglos que estoy escuchando los mismos pedidos y aunque el tiempo pasa los hombres no parecen comprender que esas cosas nunca van a llegar desde el cielo, como un regalo.

¿Y qué podríamos hacer para ayudarlos? - Dice el más joven y entusiasta de los ángeles.
¿Te animarías a bajar con un mensaje y susurrarlo al oído de los que quieran escucharlo? - pregunta el anciano.

Tras una larga conversación se pusieron de acuerdo y el ángel pelirrojo se deslizó a la tierra convertido en susurro y trabajó duramente mañana, tarde y noche, hasta 1os últimos minutos del último día del año.

Ya casi se escuchaban las doce campanadas y el ángel viejo esperaba ansioso la llegada de una plegaria renovada. Entonces, luminosa y clara, pudo oír la palabra de un hombre que decía:
"Un nuevo año comienza. Entonces, en este mismo instante, empecemos a recrear un mundo distinto, un mundo mejor:
sin violencia, sin armas, sin fronteras, con amor, con dignidad; con menos policías y más maestros, con menos cárceles y más escuelas, con menos ricos y menos pobres.

Unamos nuestras manos y formemos una cadena humana de niños, jóvenes y viejos, hasta sentir que un calor va pasando de un cuerpo a otro, el calor del amor, el calor que tanta falta nos hace.
Si queremos, podemos conseguirlo, y si no lo hacemos estamos perdidos, porque nadie más que nosotros podrá construir nuestra propia felicidad".

Desde el borde de una nube, allá en el cielo, dos ángeles cómplices sonreían satisfechos.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Frasquito y su sueño de navidad


(Luis Darío Bernal)

Era una tibia madrugada de diciembre. El sol se disparaba contra los ventanales del viejo edificio de la Calle Real. Estrellitas de colores chispeaban sobre el dorado rostro de Frasquito, el antiguo ascensor de elegantes rejas y rectangular ojo de vidrio.

Como todas las mañanas, don Juan abrió el sobretodo metálico del elevador:
– Buenos días –dijo el anciano celador.
– Muy buenos, don Juan. Y usted, ¿cómo amaneció? –preguntó Frasquito alargándose de rejas. Así se desperezaba.
– Regular, hijo, regular. A mi edad es difícil estar bien –aclaró colocándose su gorra azul de terciopelo.

Aún con sueño, Frasquito comenzó a trabajar. Sabía de memoria su recorrido matinal: repartir aseadoras por las oficinas. Luego bajar y subir una y mil veces repleto de personas. Frasquito siempre cumplió su labor. Don Juan, quien envejeció con Frasquito, hacía revisar cada mes el complicado mecanismo del elevador. En treinta años su corazón, un potente y bien engrasado motor alemán, jamás falló.

En cambio, los colegas de Frasquito –tres orgullosos ascensores de cierre automático, controles electrónicos y velocidades de miedo– se dañaban a menudo. Unas veces se trababan sus puertas. Otras, saltaban enloquecidos como carros chocones. Cuando los frenaban, los pasajeros descendían con los pelos parados como si hubiesen visto a Satanás. Algunos salían con las corbatas en los bigotes. O con las gafas en la nuca. Las damas perdían sus tacones o bajaban con los collares bailándoles alrededor de las orejas.

Al verlos, Frasquito se agarraba la barriga para no soltar la carcajada. Luego recogía a los pasajeros ya recuperados, quienes no cesaban de elogiarlo:
– Este sí es un ascensor decente –comentaba una viejita.
– Yo he dicho que los aparatos de antes eran mejores que los de ahora –sentenciaba un señor.
– ¡En mi vida vuelvo a subirme en estos mugrosos bichos! –gritaba furiosa una señora calva que no había podido reacomodar su peluca.

Frasquito escuchaba los comentarios. Su ojo de vidrio sudaba. Su nariz, un grueso mango de acero dorado, brillaba de tanto ajetreo. Esa mañana de aguinaldos, sin embargo, todo transcurría normalmente. Cada elevador trabajaba sin sobresaltos. De pronto, a eso del mediodía, cuando Frasquito pasaba delante del piso 13, sintió una terrible picada en el estómago. Uno de sus piñones chilló como frenada de locomotora.

Don Juan lo apagó al instante. Preocupado por Frasquito corrió a la administración. Como no soportaba la velocidad ni el encierro de los otros ascensores, bajó las escaleras de emergencia a todo lo que daban sus piernas y pulmones. Ya en la oficina, fatigado, contó lo que había escuchado en las entrañas de Frasquito. Al rato, don Juan regresó acompañando al elevador. Un ingeniero, el administrador y un técnico con un estuche metálico penetraron en su cabina.

Frasquito sintió cosquillas. Una pistola eléctrica hizo brincar sus tornillos. Hizo esfuerzos para no reír. Experimentó escalofrío. Lo desnudaron quitando las láminas de su espalda. Por la abertura pasaron el ingeniero y su asistente. Al momento, mientras Frasquito y don Juan se miraban de reojo, volvieron los expertos:
– Sacó la mano, doctor –afirmó el técnico–, el eje sinfín está roto.
– ¿Verdad? –indagó incrédulo el administrador mirando al ingeniero.
– ¿Sí? Y lo peor es que esa pieza ya no la fabrican –puntualizó el profesional.
– ¿Y qué podemos hacer? –le insistió pensativo.
– Lo que siempre te dije. Modernizar este aparato.
– Ya parece un ejemplar de museo –se rió ante la estructura de Frasquito. Apesadumbrado, don Juan salió del elevador lleno de presentimientos.

Así pasó. En vísperas de navidad, Frasquito amaneció estrenando de todo. Inclusive ascensorista. Don Juan fue jubilado. Y Frasquito convertido en un velocísimo aparato.

Sus puertas, de doble hoja, cerraban herméticamente. Su acogedora cabina era ahora un cuarto frío y sin espejos. Frasquito no vio más hacia el exterior. Perdió su amplio ojo de vidrio. Y sus rejas doradas desaparecieron. Ya ni pereza pudo hacer. A las seis de la mañana un control computarizado lo lanzó al abismo de 15 pisos a una celeridad endemoniada. A las 10:00 p.m., agotado, lo apagaron. Todo el día transportó cajas. Ninguna persona. Esa noche la pasó en vela. Y amaneció profundamente triste: añoraba los bombillos de colores que le colgaban en Navidad. El oloroso baño de espuma que recibía por esa época. Las cosquillas que lo hacían brincar cuando le secaban las rejas. La alfombra nueva con su nombre grabado, con la que despertaba cada 24 de diciembre. Recordó el juego de aguinaldo entre secretarias y ejecutivos. La alegría de la gente. Los paquetetotes de regalos que le gustaba cargar. Los destellos de pólvora que siempre deseó compartir con los niños en las calles y que contemplaba con don Juan desde la azotea.

Al evocar a su viejo amigo desfalleció. La fuerza lo abandonó.
– ¿Qué diablos pasa? ¡Aparato mañoso! –gritó el joven ascensorista con un tono que ofendió a Frasquito. De inmediato lo dejó en el piso 6º. Allí permaneció todo el día. A oscuras. Pensativo.

Al caer la tarde, el edificio se alumbró. Frasquito estaba muy animado. Había planeado algo que le devolvió los bríos. Pasadas las 11 subió el operario con un señor.
– ¿Entonces qué, compadre, le hacemos el intento? Todavía queda un rato para la medianoche –precisó mirando el reloj.
–¡ Préndalo de una, hermano! Quiero sentir la potencia –pidió el nuevo técnico. Frasquito arrancó a toda máquina rumbo a la terraza. Descendió con igual ímpetu. Funcionó a la perfección para impedir que lo apagaran.
– No le veo nada raro –comentó el experto.
– Sííí... No sé qué pasó. Le juro que no funcionó esta mañana –confesó el muchacho mirando con sorpresa a su amigo.
– ¿No serían las cervecitas de anoche? –repuso burlón su compañero ofreciéndole un cigarrillo. Finalmente rieron. Salieron del elevador. Se dirigieron al portón. Frasquito quedó abierto de par en par, iluminado y a pocos metros de la calle real. ¡Pum pum pum! retumbaban afuera los cohetes. Miles de luces dibujaban un ballet de figuras en el aire. Rombos de colores ascendían por el cielo como pajaritos de fuego. ¡Pi pi pi! las bocinas de los carros pitaban. ¡Slll! las sirenas de las fábricas silbaban. Todo era algarabía en la ciudad.

Frasquito no soportó más la soledad del edificio. Ni la nostalgia por don Juan. Quería participar de la fiesta. Recorrer las calles iluminadas. Ver las sonrisas de los niños. Escuchar la música. Observar la noche coloreada. Ser libre. Las roncas y monumentales campanas de la catedral iniciaron el concierto. Luego, todos los templos lanzaron al vuelo sus voces de bronce. De repente, la construcción comenzó a vibrar. Temblaba como gelatina. Parecía presa de un terremoto. Las luces del barrio se apagaron de golpe y Frasquito absorbió una inmensa energía en su cuerpo. Resplandecía.

Cuando los relojes iniciaron el conteo regresivo, Frasquito soltó un ruido ensordecedor. Cerró sus puertas con fuerza. Se meció impetuoso y despegó en medio del humo a velocidad supersónica. Su cuerpo, ahora incandescente, atravesó en un instante los 15 pisos. La claraboya de la azotea saltó en mil pedazos. Libre y pleno de felicidad, Frasquito remontó el firmamento al filo de las 12. Había llegado la Navidad. Y nacido un nuevo Frasquito. La fricción del ascenso y el frío de la atmósfera lo transformaron. Perdió sus esquinas y sus paredes se hicieron transparentes. Su interior despedía una rojiza luminosidad. Semejaba un barrilito de mermelada de frambuesa.

Desde aquella noche, Frasquito olvidó para siempre la tristeza. Hoy es un mensajero de paz y alegría. Todos los niños del mundo son sus amigos. Cuando lo divisan en los cielos azules y despejados, Frasquito los saluda soltando destellos a los cuatro vientos.

Querido lector, ¡deja ya estas páginas! Nuestro amigo no demora. ¡Rápido, corre a la ventana! ¡Saluda a Frasquito! Verás como te sonríe.


martes, 13 de diciembre de 2011

Un extraño relato de navidad

Quien conozca los textos de Guy de Maupassant, sabrá de antemano que el siguiente cuento no trata precisamente de la felicidad y paz que rodea la navidad. Más bien es un breve relato que por momentos parece leyenda, pero que finalmente tiene el suspenso y terror característico del autor.



UN EXTRAÑO RELATO DE NAVIDAD







El doctor Bonenfantes forzaba su memoria, murmurando:
-¿Un recuerdo de Navidad?... ¿Un recuerdo de Navidad?...
Y, de pronto, exclamó: -Sí, tengo uno, y por cierto muy extraño. Es una historia fantástica, ¡un milagro! Sí, señoras, un milagro de Nochebuena.


Comprendo que admire oír hablar así a un incrédulo como yo. ¡Y es indudable que presencié un milagro! Lo he visto, lo que se llama verlo, con mis propios ojos. ¿Que si me sorprendió mucho? No; porque sin profesar creencias religiosas, creo que la fe lo puede todo, que la fe levanta las montañas. Pudiera citar muchos ejemplos, y no lo hago para no indignar a la concurrencia, por no disminuir el efecto de mi extraña historia. Confesaré, por lo pronto, que si lo que voy a contarles no fue bastante para convertirme, fue suficiente para emocionarme; procuraré narrar el suceso con la mayor sencillez posible, aparentando la credulidad propia de un campesino.

Entonces era yo médico rural y habitaba en plena Normandía, en un pueblecillo que se llama Rolleville. Aquel invierno fue terrible. Después de continuas heladas comenzó a nevar a fines de noviembre. Amontonábanse al norte densas nubes, y caían blandamente los copos de nieve tenue y blanca. En una sola noche se cubrió toda la llanura. Las masías, aisladas, parecían dormir en sus corralones cuadrados como en un lecho, entre sábanas de ligera y tenaz espuma, y los árboles gigantescos del fondo, también revestidos, parecían cortinajes blancos. Ningún ruido turbaba la campiña inmóvil. Solamente los cuervos, a bandadas, describían largos festones en el cielo, buscando la subsistencia, sin encontrarla, lanzándose todos a la vez sobre los campos lívidos y picoteando la nieve. Sólo se oía el roce tenue y vago al caer los copos de nieve. Nevó continuamente durante ocho días; luego, de pronto, aclaró. La tierra se cubría con una capa blanca de cinco pies de grueso.

Y, durante cerca de un mes, el cielo estuvo, de día, claro como un cristal azul y, por la noche, tan estrellado como si lo cubriera una escarcha luminosa. Helaba de tal modo que la sábana de nieve, compacta y fría, parecía un espejo. La llanura, los cercados, las hileras de olmos, todo parecía muerto de frío. Ni hombres ni animales asomaban; solamente las chimeneas de las chozas en camisa daban indicios de la vida interior, oculta, con las delgadas columnas de humo que se remontaban en el aire glacial. De cuando en cuando se oían crujir los árboles, como si el hielo hiciera más quebradizas las ramas, y a veces desgajábase una, cayendo como un brazo cortado a cercén.

Las viviendas campesinas parecían mucho más alejadas unas de otras. Vivíase malamente; cada uno en su encierro. Sólo yo salía para visitar a mis pacientes más próximos, y expuesto a morir enterrado en la nieve de una hondonada. Comprendí al punto que un pánico terrible se cernía sobre la comarca. Semejante azote parecía sobrenatural. Algunos creyeron oír de noche silbidos agudos, voces pasajeras. Aquellas voces y aquellos silbidos los daban, sin duda, las aves migratorias que viajaban al anochecer y que huían sin cesar hacia el sur. Pero es imposible que razonen gentes desesperadas. El espanto invadía las conciencias y se aguardaban sucesos extraordinarios.

La fragua de Vatinel hallábase a un extremo del caserío de Epívent, junto a la carretera intransitada y desaparecida. Como carecían de pan, el herrero decidió ir a buscarlo. Entretúvose algunas horas hablando con los vecinos de las seis casas que formaban el núcleo principal del caserío; recogió el pan, varias noticias, algo del temor esparcido por la comarca, y se puso en camino antes de que anocheciera. De pronto, bordeando un seto, creyó ver un huevo sobre la nieve, un huevo muy blanco; inclinose para cerciorarse; no cabía duda; era un huevo. ¿Cómo sé hallaba en tan apartado lugar? ¿Qué gallina salió de su corral para ponerlo allí? El herrero, absorto, no se lo explicaba, pero cogió el huevo para llevárselo a su mujer.
-Toma este huevo que encontré en el camino.
La mujer bajó la cabeza, recelosa: -¿Un huevo en el camino con el tiempo que hace? ¿No te has emborrachado?
-No, mujer, no; te aseguro que no he bebido. Y el huevo estaba junto a un seto, caliente aún. Ahí lo tienes; me lo metí en el pecho para que no se enfriase. Cómetelo esta noche.
Lo echaron en la cazuela donde se hacía la sopa, y el herrero comenzó a referir lo que se decía en la comarca. La mujer escuchaba, palideciendo.
-Es cierto; yo también oí silbidos la pasada noche, y entraban por la chimenea.
Sentáronse y tomaron la sopa; luego, mientras el marido untaba un pedazo de pan con manteca, la mujer cogió el huevo, examinándolo con desconfianza.


-¿Y si tuviese algún maleficio?
-¿Qué maleficio puede tener?
-¡Toma! ¡Si yo supiera!
-¡Vaya! Cómetelo y no digas bestialidades.
La mujer abrió el huevo; era como todos, y se dispuso a tomárselo con prevención, cogiéndolo, dejándolo, volviendo a cogerlo. El hombre decía: -¿Qué haces? ¿No te gusta? ¿No es bueno?

Ella, sin responder, acabó de tragárselo. Y de pronto fijó en su marido los ojos, feroces, inquietos, levantó los brazos y, convulsa de pies a cabeza, cayó al suelo, retorciéndose, dando gritos horribles. Toda la noche tuvo convulsiones violentas y un temblor espantoso la sacudía, la transformaba. El herrero, falto de fuerza para contenerla, tuvo que atarla. Y la mujer, sin reposo, vociferaba: "-¡Se me ha metido en el cuerpo! ¡Se me ha metido en el cuerpo!

Por la mañana me avisaron. Apliqué todos los calmantes conocidos; ninguno me dio resultado. Estaba loca. Y, con una increíble rapidez, a pesar del obstáculo que ofrecían a las comunicaciones las altas nieves heladas, la noticia corrió de finca en finca: 'La mujer de la fragua tiene los diablos en el cuerpo. Acudían los curiosos de todas partes; pero sin atreverse a entrar en la casa, oían desde fuera los horribles gritos, lanzados por una voz tan potente que no parecían propios de un ser humano.

Advirtieron al cura. Era un viejo incauto. Acudió con sobrepelliz, como si se tratara de auxiliar a un moribundo, y pronunció las fórmulas del exorcismo, extendiendo las manos, rociando con el hisopo a la mujer, que se retorcía soltando espumarajos, mal sujeta por cuatro mocetones. Los diablos no quisieron salir.

Y llegaba la Nochebuena, sin mejorar el tiempo. La víspera, por la mañana, el cura fue a visitarme:
-Deseo -me dijo- que asista la infeliz a la misa de gallo. Tal vez Nuestro Señor Jesucristo la salve, a la hora en que nació de una mujer.
Yo respondí:
-Me parece bien, señor cura. Es posible que se impresione con la ceremonia, muy a propósito para conmover, y que sin otra medicina pueda salvarse.
El viejo cura insinuó:
-Usted es un incrédulo, doctor, y, sin embargo, confío mucho en su ayuda. ¿Quiere usted encargarse de que la lleven a la iglesia?

Prometí hacer para servirle cuanto estuviese a mi alcance. De noche comenzó a repicar la campana, lanzando sus quejumbrosas vibraciones a través de la sombría llanura, sobre la superficie tersa y blanca de la nieve. Bultos negros llegaban agrupados lentamente, sumisos a la voz de bronce del campanario. La luna llena iluminaba con su tibia claridad todo el horizonte, haciendo más notoria la pálida desolación de los campos. Fui a la fragua con cuatro mocetones robustos. La endemoniada seguía rugiendo y aullando, sujeta con sogas a la cama. La vistieron, venciendo con dificultad su resistencia, y la llevaron.

A pesar de hallarse ya la iglesia llena de gente y encendidas todas las luces, hacía frío; los cantores aturdían con sus voces monótonas; roncaba el serpentón; la campanilla del monaguillo advertía con su agudo tintineo a los devotos los cambios de postura. Detuve a la mujer y a sus cuatro portadores en la cocina de la casa parroquial, aguardando el instante oportuno. Juzgué que éste sería el que sigue a la comunión. Todos los campesinos, hombres y mujeres, habían comulgado pidiendo a Dios que los perdonase. Un silencio profundo invadía la iglesia, mientras el cura terminaba el misterio divino. Obedeciéndome, los cuatro mozos abrieron la puerta y acercáronse a la endemoniada.

Cuando ella vio a los fieles de rodillas, las luces y el tabernáculo resplandeciente, hizo esfuerzos tan vigorosos para soltarse que a duras penas conseguimos retenerla; sus agudos clamores trocaron de pronto en dolorosa inquietud la tranquilidad y el recogimiento de la muchedumbre; algunos huyeron. Crispada, retorcida, con las facciones descompuestas y los ojos encendidos, apenas parecía una mujer. La llevaron a las gradas del presbiterio, sosteniéndola fuertemente, agazapada. Cuando el cura la vio allí, sujeta, se acercó cogiendo la custodia, entre cuyas irradiaciones de oro aparecía una hostia blanca, y alzando por encima de su cabeza la sagrada forma, la presentó con toda solemnidad a la vista de la endemoniada.

La mujer seguía vociferando y aullando, con los ojos fijos en aquel objeto brillante; y el cura estaba inquieto, inmóvil, hasta el punto de parecer una estatua. La mujer mostrábase temerosa, fascinada, contemplando fijamente la custodia; presa de terribles angustias, vociferaba todavía; pero sus voces eran menos desgarradoras. Aquello duró bastante.

Hubiérase dicho que su voluntad era impotente para separar la vista de la hostia; gemía, sollozaba; su cuerpo, abatido, perdía la rigidez, recobraba su blandura. La muchedumbre se había prosternado con la frente en el suelo; y la endemoniada, parpadeando, como si no pudiera resistir la presencia de Dios ni sustraerse a contemplarlo, callaba. Luego advertí que se habían cerrado sus ojos definitivamente. Dormía el sueño del sonámbulo, hipnotizada..., ¡no, no!, vencida por la contemplación de las fulgurantes irradiaciones de la custodia de oro; humillada por Cristo Nuestro Señor triunfante.

Se la llevaron, inerte, y el cura volvió al altar. La muchedumbre, desconcertada, entonó un tedeum. Y la mujer del herrero durmió cuarenta y ocho horas seguidas. Al despertar, no conservaba ni la más insignificante memoria de la posesión ni del exorcismo. Ahí tienen, señoras, el milagro que yo presencié.

Hubo un corto silencio y, luego, añadió:
-No pude negarme a dar mi testimonio por escrito.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El cascanueces y el rey de los ratones

inspirado en el Ballet de Tchaikovsky y en el cuento de Ernst Theodor Wilhem Hoffmann publicado en 1816, El cascanueces y el rey de los ratones es un cuento perfecto para disfrutar en estas fechas navideñas. En el video, idea de Eva Alonso, le acompañan la ilustraciones de José Rubio Malagón y la produción del vídeo de Ismael Pantaleón de la empresa Zootropo.



El cuento relata cómo en Nochebuena, una niña y su hermano descubren impacientes un fantástico árbol de Navidad iluminado con cientos de velitas y cargado de juguetes y golosinas. El niño recibe un astuto zorro rojo y un batallón de húsares con espadas y caballos de plata, mientras su hermana queda prendada de un humilde y pequeño cascanueces medio escondido en el árbol. A partir de aquí, la niña vivirá emocionantes aventuras en las que el cascanueces tomará vida y deberá liderar a los húsares en su enfrentamiento al rey de los ratones.

Humor e imaginación combinados con una pizca de terror logran crear un mundo fantástico casi inigualable que ha cautivado a grandes y pequeños durante años, convirtiendo la obra en uno de los grandes clásicos de la literatura fantástica y navideña de todos los tiempos. La obra sería adaptada varias veces, primero al francés por Alejandro Dumas, luego se convertiría en una de las más famosas composiciones de Tchaikovski y finalmente llegaría al ballet gracias a una coreografía de Lev Ivanov.








EL CASCANUECES

La nochebuena
El día 24 de diciembre los niños del consejero de Sanidad, Stahlbaum, no pudieron entrar en todo el día en el hall y mucho menos en el salón contiguo. Refugiados en una habitación interior estaban Federico y María; la noche se venía encima, y les fastidiaba mucho que -cosa corriente en días como aquél- no se ocuparan de ponerles luz. Federico descubrió, diciéndoselo muy callandito a su hermana menor -apenas tenía siete años-, que desde por la mañana muy temprano había sentido ruido de pasos y unos golpecitos en la habitación prohibida. Hacía poco también que se deslizó por el vestíbulo un hombrecillo con una gran caja debajo del brazo, que no era otro sino el padrino Drosselmeier. María palmoteó alegremente, exclamando:

-¿Qué nos habrá hecho el padrino Drosselmeier? El magistrado Drosselmeier no era precisamente un hombre guapo; bajito y delgado, tenía muchas arrugas en el rostro; en el lugar del ojo derecho llevaba un gran parche negro, y disfrutaba de una enorme calva, por lo cual llevaba una hermosa peluca, que era de cristal y una verdadera obra maestra. Era además el padrino más habilidoso; entendía mucho de relojes de casa, el de Stahlbaum se descomponía y no daba la hora ni marchaba, presentábase el padrino Drosselmeir, se quitaba la peluca y el gabán amarillo, anudábase un delantal azul y comenzaba a pinchar el reloj con instrumentos puntiagudos que a la pequeña María le solían producir dolor, pero que no se lo hacían al reloj, sino que le daban vida, y a poco comenzaba a marchar y a sonar, con gran alegría de todos. Siempre que iba llevaba cosas bonitas para los niños en el bolsillo: ya un hombrecito que movía los ojos y hacía reverencias muy cómicas, ya una cajita de la que salía un pajarito, ya otra cosa. Pero en Navidad siempre preparaba algo artístico, que le había costado mucho trabajo, por lo cual, en cuanto lo veían los niños, lo guardaban cuidadosamente los padres.

-¿Qué nos habrá hecho el padrino Drosselmeier? -repitió María.

Federico opinaba que no debía de ser otra cosa que una fortaleza, en la cual pudiesen marchar y maniobrar muchos soldados, y luego vendrían otros que querrían entrar en la fortaleza, y los de dentro los rechazarían con los cañones, armando mucho estrépito.

-No, no -interrumpía María a su hermano-: el padrino me ha hablado de un hermoso jardín con un lago en el que nadaban blancos cisnes con cintas doradas en el cuello, los cuales cantaban las más lindas canciones. Y luego venía una niñita, que se llegaba al estanque y llamaba la atención de los cisnes y les daba mazapán.

-Los cisnes no comen mazapán-replicó Federico, un poco grosero-, y tampoco puede el padrino hacer un jardín grande. La verdad es que tenemos muy pocos juguetes suyos; en seguida nos los quitan; por eso prefiero los que papá y mamá nos regalan, pues ésos nos los dejan para que hagamos con ellos lo que queramos.

Los niños comentaban lo que aquella vez podría ser el regalo. María pensaba que la señorita Trudi -su muñeca grande- estaba muy cambiada, porque, poco hábil, como siempre, se caía al suelo a cada paso, sacando de las caídas bastantes señales en la cara y siendo imposible que estuviera limpia. No servían de nada los regaños, por fuertes que fuesen. También se había reído mamá cuando vio que le gustaba tanto la sombrilla nueva de Margarita. Federico pretendía que su cuadra carecía de un alazán y sus tropas estaban escasas de caballería, y eso era perfectamente conocido de su padre. Los niños sabían de sobra que sus papás les habrían comprado toda clase de lindos regalos, que se ocupaban en colocar; también estaban seguros de que, junto a ellos, el Niño Jesús los miraría con ojos bondadosos, y que los regalos de Navidad esparcían un ambiente de bendición, como si los hubiese tocado la mano divina. A propósito recordaban los niños, que sólo hablaban de esperados regalos, que su hermana mayor, Elisa, les decía que era el Niño Jesús el que les enviaba, por mano de los padres, lo que más le pudiera agradar. El sabía mucho mejor que ellos lo que les proporcionaría placer, y los niños no debían desear nada, sino esperar tranquila y pacientemente lo que les dieran. La pequeña María quedóse muy pensativa; pero Federico decíase en voz baja:

-Me gustaría mucho un alazán y unos cuantos húsares.

Había oscurecido por completo. Federico y María, muy juntos, no se atrevían a hablar una palabra; parecíales que en derredor suyo revoloteaban unas alas muy suavemente y que a lo lejos se oía una música deliciosa. En la pared reflejóse una gran claridad, lo cual hizo suponer a los niños que Jesús ya se había presentado a otros niños felices. En el mismo momento sonó un tañido argentino: "Tilín, tilín." Las puertas abriéronse de par en par, y del salón grande salió tal claridad que los chiquillos exclamaron a gritos "¡Ah!... ¡Ah!..." y permanecieron como extasiados, sin moverse. El padre y la madre aparecieron en la puerta; tomaron a los niños de la mano y les dijeron:

-Venid, venid, queridos, y veréis lo que el Niño Dios os ha regalado. SEGUIR LEYENDO

martes, 6 de diciembre de 2011

Poema de un muñeco de nieve

Este cuento narra la historia de Peonía y Violeta, dos hermanitas que construyeron una tarde una muñeca de nieve, tan perfecta, que parecía una niña de verdad. Tan real fue su creación que poco a poco adquirió movimiento y vida. Un bello cuento mágico aunque con un triste final, especial para estas fiestas.





jueves, 1 de diciembre de 2011

Recomendado para este mes

Llegó diciembre, mes en que los niños salen de sus actividades escolares y se quedan muchas veces en casa sin saber qué hacer. Desafortunadamente solo la minoría piensa que durante esta época de descanso, leer puede ser una buena opción para aprender y divertirse. Precisamente para aquellos niños de 7 u 8 años que aprovechan de forma adecuada su tiempo, les recomiendo este cuento de Vincent Poensgen llamado "El papá Noel que le tenía miedo a los niños".



Es la historia de Humberto Noel, el hijo de Papá Noel que ha crecido y engordado y que como dice la tradición, deberá convertirse en el Papá Noel de la navidad ahora que su padre ha muerto y hacer todas las labores que ya sabemos, cumple Papá Noel cada año. El único problema de este maravilloso empleo, es que Humberto le tiene miedo a los niños. Tendrá que ver un médico, terapistas y lo que sea necesario, con tal de curar sus temores, porque la navidad ha llegado y su trabajo debe comenzar.



"El Papá Noel que le tenía miedo a los niños" es un cuento divertido, colorido, lleno de magia y personajes espeluznantes como vampiros, brujas, ogros, ratones gigantes y muchos más. Una forma sencilla de pasar un buen rato, de reir un poco y de comenzar a disfrutar de todo el ambiente navideño que por estos días comienza a asomarse en cada uno de los hogares.



domingo, 13 de noviembre de 2011

Las zapatillas rotas de las tres princesas

Este cuento de los hermanos Grimm llamado "Las zapatillas rotas de las tres princesas", es uno de esos cuentos de final macabro, muy similar a lo que pudiese suceder actualmente con las adolescentes.




Es la historia de las tres hijas de un rey que comienzan a darse cuenta que cada mañana, sus zapatillas aparecen destrozadas. El rey sospecha que sus hijas salen todas las noches a bailar, pero ellas dicen no recordar nada. Sin embargo, cada mañana, las zapatillas estan deshechas. Por más vigilantes que deja en las noches, todos se quedan dormidos y no pueden dar explicación del momento en que las niñas salen a bailar. Finalmente, llega un joven soldado que se da cuenta que las princesas salían en la madrugada al palacio de los demonios, con quienes bailaban toda la noche sin saber realmente quienes eran. Tal vez una forma moral de decirnos que las apariencias engañan...






sábado, 12 de noviembre de 2011

El burro que crecía y crecía

(Cuento mexicano)

Cuando yo era chica, en la comunidad no se hacían fiestas, así que nos íbamos adonde sabíamos que habría un baile. Nos juntábamos varias muchachas y un grupo de morros, siempre salíamos como unos quince.
Una de esas veces en que regresábamos de una comunidad cercana, veníamos enojadas con los muchachos, porque éstos no nos esperaban, iban adelante caminando solos.
—¡Camínenle rápido o aquí las dejamos! —nos dijeron y se adelantaron.
Iban rezongando que estaban cansados y se turnaban para subirse a papuchi, uno encima de otro.
Luego de un rato, uno de los morros se encuentra un animal perdido.
—¡Miren... un burro! —les dijo.
—¡No salimos de ningún apuro! Ojalá cupiéramos todos —le contestó uno.
—Por eso no hay problema, nos iremos turnando y así todos descansaremos aunque sea poquito.

Todos querían subirse, discutían que si primero uno, luego otro...
Total que el burro se echó a caminar muy rápido.

—Ya sé —dijo uno de los muchachos— los primeros que alcancen al animal serán quienes lo monten.
Así lo hicieron, corrieron tras el burro y conforme llegaban se trepaban al animal, fueron brincando hasta que todos estuvieron trepados.
El que subió al último miró que ya iban como doce muchachos y todavía había lugar para más.

—¡Este burro está muy largo! —gritó asustado.

Los demás voltearon a verse y se encontraron montados en un burro muy largo, que crecía y crecía. Del miedo que les entró pegaron un brinco y en ese momento el burro desapareció.
Desde entonces, seguimos yendo a los bailes, pero ya no regresamos a pie, buscamos quien nos dé aventón.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

El eco

(Parábola)


Un hijo y su padre estaban caminando en las montañas. De repente, el hijo se cayó, se lastimó y gritó: "¡¡¡AAAhhhhhhhhhhhhhhh!!!".
Para su sorpresa, oyó una voz repitiendo, en algún lugar en la montaña: "¡¡¡AAAhhhhhhhhhhhhhhh!!!"

Con curiosidad, el niño grito: "¿Quién eres tú?"
Recibió de respuesta: "¿Quién eres tú?"

Enojado con la respuesta, grito: "¡Cobarde!"
Recibió de respuesta:"¡Cobarde!"

Miró a su padre y le preguntó: "¿Que sucede?"
El padre sonrió y dijo: "Hijo mío, presta atención."

Y entonces el padre gritó a la montaña: "Te admiro!"
La voz respondió: "¡Te admiro!"

De nuevo el hombre gritó: "¡Eres un campeón!"
La voz respondió: "¡Eres un campeón!"

El niño estaba asombrado, pero no entendía.


Luego el padre explicó: "La gente lo llama ECO, pero en realidad es la vida. Te devuelve todo lo que dices o haces. Nuestra vida es simplemente reflejo de nuestras acciones. Si deseas más amor en el mundo, crea más amor a tu alrededor. Si deseas mas competitividad en tu grupo, ejercita tu competencia. Esta relación se aplica a todos los aspectos de la vida. La vida te dará de regreso exactamente aquello que tú le has dado."
Tu vida no es una coincidencia, es un reflejo de ti. Alguien dijo: "Si no te gusta lo que recibes de vuelta, revisa lo que emites".



martes, 1 de noviembre de 2011

Cómo escribo

Por: Italo Calvino

Escribo a mano y hago muchas, muchas correcciones. Diría que tacho más de lo que escribo. Tengo que buscar cada palabra cuando hablo, y experimento la misma dificultad cuando escribo. Después hago una cantidad de adiciones, interpolaciones, con una caligrafía diminuta.

Me gustaría trabajar todos los días. Pero a la mañana invento todo tipo de excusas para no trabajar: tengo que salir, hacer alguna compra, comprar los periódicos. Por lo general, me las arreglo para desperdiciar la mañana, así que termino escribiendo de tarde. Soy un escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo.

Siempre tengo una cantidad de proyectos. Tengo una lista de alrededor de veinte libros que me gustaría escribir, pero después llega el momento de decidir que voy a escribir ese libro.

Cuando escribo un libro que es pura invención, siento un anhelo de escribir de un modo que trate directamente la vida cotidiana, mis actividades e ideas. En ese momento, el libro que me gustaría escribir no es el que estoy escribiendo. Por otra parte, cuando estoy escribiendo algo muy autobiográfico, ligado a las particularidades de la vida cotidiana, mi deseo va en dirección opuesta. El libro se convierte en uno de invención, sin relación aparente conmigo mismo y, tal vez por esa misma razón, más sincero.


miércoles, 26 de octubre de 2011

El gato negro

(Edgar Allan Poe)

No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.


Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.

Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.
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sábado, 22 de octubre de 2011

La mano disecada

El escritor francés Guy de Maupassant es reconocido principalmente por sus cuentos sobre locura, alucinaciones, aventuras amorosas y terror, en los cuales muestra mucho de su tormentosa y enfermiza vida en un estilo ágil, nervioso, en el que se cuestiona constantemente sobre la muerte y lo sobrenatural. A continuación uno de sus cuentos, "La mano disecada".



LA MANO DISECADA



Un amigo mío, Luis R., tenía reunidos en su casa una noche, hará cosa de ocho meses, a varios camaradas de colegio. Bebíamos ponche y fumábamos, hablando de literatura y pintura y contando de cuando en cuando anécdotas jocosas, como es habitual en reuniones de gente joven. Se abre súbitamente la puerta y entra como un vendaval uno de mis buenos amigos de la infancia:
-¿A que no adivinan de dónde vengo? -exclamó en seguida.
-Apuesto a que vienes de Mabille -contesta uno.
-¡Caray! Vienes demasiado alegre; acabas de conseguir dinero prestado, has enterrado a un tío tuyo o has empeñado el reloj -dice otro.
-Estabas ya borracho, y como te ha dado en la nariz el ponche de Luis, has subido a su casa para emborracharte de nuevo -contesta un tercero.
-No dan en el clavo; vengo de P., en Normandía, donde he pasado ocho días, y traigo de allí a un gran criminal, amigo mío, que les voy a presentar, con su permiso.

Y diciendo y haciendo, sacó del bolsillo una mano disecada. Era una mano horrible, negra, seca, muy larga y como si estuviese crispada; los músculos, extraordinariamente poderosos, estaban sujetos, interior y exteriormente, por una tira de piel apergaminada; las uñas amarillas, estrechas, cubrían aún las extremidades de los dedos; todo aquello olía a criminal desde una legua de distancia.

-Verán -dijo mi amigo-. Vendían hace unos días los cachivaches de un viejo brujo, muy conocido en la comarca; todos los sábados iba a su aquelarre montado en su palo de escoba, practicaba la magia blanca y la magia negra, hacía que las vacas diesen leche azul y las obligaba a llevar la cola igual que el compañero de San Antonio. Lo cierto es que aquel tunante sentía gran apego hacia esta mano; aseguraba que había pertenecido a un célebre criminal que fue ajusticiado el año mil setecientos treinta y seis, por haber tirado de cabeza a un pozo a su mujer legítima, en lo cual no creo que anduviese descaminado; después ahorcó del campanario de la iglesia al cura que los casó. Realizada esta doble hazaña, se lanzó a correr mundo, y durante su carrera, corta pero bien aprovechada, desvalijó a doce viajeros; asfixió, ahumándolos, a una veintena de frailes, y convirtió un monasterio de religiosas en un harem.

-Y ¿qué vas a hacer con esa monstruosidad? -gritamos todos a una.
-¿Qué? Verán. Voy a ponerla de tirador de la campanilla de la puerta, para asustar a mis acreedores.
-Amigo mío -dijo Henry Smith, un inglés grandulón y flemático-, en mi opinión, esa mano es carne de indio, conservada por un procedimiento nuevo; te aconsejo que la hiervas para hacer caldo.
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jueves, 20 de octubre de 2011

La cueva tenebrosa

(Pedro Pablo Sacristán)

Había una vez un pueblo en el que lo más temido era perderse de noche y acabar en la "cueva tenebrosa". De aquel lugar no había vuelto nadie, y cuando alguien se perdía por allí lo último que se oía era un gran grito de terror y luego unas enormes risotadas.



La gente del pueblo vivía aterrorizada ante la posibilidad de que el monstruo un día abandonara la cueva, y llenaban la entrada con regalos y comida que al poco desaparecían. Un día llegó por aquella zona un joven a quien la situación pareció tan injusta, que decidió entrar a la cueva y enfrentarse al monstruo. El joven pidió algo de ayuda, pero todos eran tan miedosos que ninguno se acercó lo más mínimo a la entrada de la cueva.



Entró en la cueva alumbrándose con una antorcha y llamando al monstruo, dispuesto a hablar con él y explicarle la situación. Al principio el monstruo rió largo rato, lo que el joven aprovechó para acercarse según le oía más y más alto, pero luego se calló, y el chico tuvo que seguir caminando sin saber a dónde, hasta que llegó a una grandísima caverna. Al fondo le pareció adivinar la figura del monstruo, y en cuanto se acercó un poco, sintió un fuerte golpe en la espalda que le empujó hacia adelante, hacia un agujero en la roca que no pudo evitar, y cayó. Sintiéndose morir, lanzó su último grito, y fue entonces cuando oyó las grandes risotadas.


"vaya, creo que me ha devorado el monstruo", se decía mientras caía. Pero según iba cayendo, sintió música, y voces, y más claridad, y cuando dejó de caer y fue a parar contra un suelo blando, oyó un grito unánime: "¡¡sorpresa!!, y sin creérselo, se encontró enseguida en medio de una gran fiesta.


Allí estaban todos los que nunca habían vuelto al pueblo, y le explicaron que aquel lugar era idea de un antiguo alcalde del pueblo, que trató de hacer grandes cosas y no pudo por el miedo que siempre tenían sus vecinos, y que cansado de aquella vida de miedo, había inventado la historia del monstruo para demostrarles el poco sentido que tenía su actitud. Así que allí se quedó en joven, disfrutando de la fiesta en compañía de todos aquellos que se habían atrevido a acercarse a la cueva.

¿Y en el pueblo? En el pueblo aún siguen pensando que la cueva tenebrosa es el peor de los castigos...


lunes, 17 de octubre de 2011

Advertencias de un escritor

Sobre el arte de narrar, qué bueno tener en cuenta las advertencias dadas por nuestro premio nobel Gabriel García Márquez.


1. Una cosa es una historia larga, y otra, una historia alargada.
2. El final de un reportaje hay que escribirlo cuando vas por la mitad.
3. El autor recuerda más cómo termina un artículo que cómo empieza.
4. Es más fácil atrapar un conejo que un lector.
5. Hay que empezar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad.
6. Cuando uno se aburre escribiendo el lector se aburre leyendo.
7. No debemos obligar al lector a leer una frase de nuevo.





jueves, 13 de octubre de 2011

La criatura del desván

(Pedro Pablo Sacristán)

La primera noticia de la criatura del desván surgió cuando uno de los niños subió a buscar un viejo libro. Todo estaba oscuro, pero entre las sombras pudo ver claramente dos ojos que le miraban fijamente, desde lo alto, con gesto terrible. Eran dos ojos grandes, separados casi un metro, lo que daba idea del tamaño de la cabeza de aquel horrible ser, que se lanzó hacia el niño. Este gritó a todo pulmón, cerró la puerta con llave, y dejó al monstruo gruñendo en el desván.
Durante dos días el pueblo vivió aterrorizado. Los gruñidos del desván y los aporreos de la puerta continuaron, y las noticias de las crueldades de aquel "bicho" se extendían por todas partes. El número de tragedias y desgracias aumentaba, pero nadie tenía valor para subir al desván y plantar cara a la bestia.



Al poco pasó por allí un pescador noruego, cuyo barco ballenero había naufragado días atrás; parecía un auténtico lobo de mar indomable, un tipo duro; y aprovechando que conocía el idioma, los hombres del lugar le pidieron su ayuda para enfrentarse a la horrible criatura. El noruego no dudó en hacerlo a cambio de unas monedas, pero cuando al acercarse al desván escuchó los gruñidos de la bestia, torció el gesto, y bajando las escaleras pidió mucho más dinero, algunas herramientas, una gran red y un carro, pues si triunfaba quería llevarse aquel ser como trofeo.

A todo accedieron los del pueblo, que vieron cómo el noruego abría la puerta y desaparecía entre gritos profundos y estremecedores que cesaron al poco rato. Nunca más volvieron a ver al noruego ni a escuchar a la bestia. Tampoco nadie se atrevió a subir de nuevo al desván.


¿Queréis saber qué ocurrió tras la puerta? ¿Seguro?

Cuando el noruego abrió, pudo ver el ojo de Olav, su enorme y bravo timonel. El ojo se veía también reflejado en un espejo, dando la impresión de pertenecer a la misma cabeza, porque el otro ojo de Olav llevaba años cubierto por un parche. Ambos siguieron hablando a gritos en su idioma, mientras el ballenero le contaba a su encerrado amigo que aquellas miedosas gentes le habían dado tanto dinero que podrían volver a tomar un barco y dedicarse a la pesca. Juntos encontraron la forma de escapar del desván, subir al carro y desaparecer para siempre.

Y así, el miedo, y sólo el miedo, empobreció a todo el pueblo y permitió recuperarse a los pescadores. Tal y como sigue ocurriendo hoy con muchas de nuestras cosas, en las que un miedo sin sentido nos lleva a hacer tonterías, e incluso permite a otros aprovecharse de ello.

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Para escuchar el cuento narrado en español o inglés, da click aquí.

domingo, 9 de octubre de 2011

El almohadón de plumas

El almohadón de plumas, de Horacio Quiroga, cuenta la historia de una pareja recién casada, Alicia y Jordan y los extraños sucesos que acontecen cuando se mudan a su nueva casa después de su luna de miel.


Como en varios de sus escritos, las tragedias de su vida personal y la fuerte influencia de Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant, se ven reflejadas en El almohadón de plumas: terror, suspenso, tragedia, drama y un poco de locura.



Es incontable el número de videos que encontré que intentan recrear la historia. Algunos, con escenas fuertes, otros, más sencillos como el que puse a continuación.



EL ALMOHADON DE PLUMAS


Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.

Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia. Seguir leyendo...









sábado, 8 de octubre de 2011

Yi, la leyenda de los diez soles




En la China más antigua y remota existían diez soles que se iban turnando para dar calor y luz a la tierra, de manera que siempre había un sol en lo alto y las cosechas crecían fértiles gracias a la abundancia de luz y de calor que nunca variaba de intensidad. Pero llegó un momento, en el que los diez soles decidieron salir todos a la vez en lugar de hacerlo de uno en uno para demostrar su poder sobre los hombres y así, con tanta luz deslumbradora y un calor abrasador, las plantas, los animales y los hombres empezaron a morir.



Yi era un joven muy aficionado al tiro con arco que destacaba por su habilidad y destreza, pues nunca fallaba una diana. Al ver lo que estaba ocurriendo, Yi salió de su casa armado con su arco y disparó nueve flechas que al instante apagaron nueve de los diez brillantes soles. El sol que quedó es el único sol que vemos ahora, el que ilumina a los hombres y les da calor sin peligro de que se queden secos, pero al no haber más soles con los que turnarse, debe descansar por la noche, que por eso es oscura.



Gracias a Yi la humanidad se salvó de morir abrasada, así que en China se le veneraba como a un dios y se decía que era el mayor héroe que había existido.


Curiosamente, la leyenda dice que en la luna vive una dama, dueña del Alcázar de la Luna, que es la esposa de Yi. Allí vive en compañía de un conejo de color jade que fabrica medicinas.


domingo, 2 de octubre de 2011

Sobre la Región Andina



Teniendo en cuenta los comentarios que he encontrado en la entrada relacionada con las coplas de la Región Andina de Colombia, y a petición de los usuarios, decidí postear hoy algunos links en los que se puede consultar no solo sobre este tema, sino sobre trajes típicos, comida y bailes de la región. Espero sean útiles a quienes tanto las han solicitado.




http://www.fundacionjunior.org/portal/images/stories/descargas/escuela_danza/regin_andina_colombiana.pdf


http://www.siceditorial.com/ArchivosObras/obrapdf/COPLAS%20Y%20QUEJAS%20POR%20COLOMBIA542005.pdf


http://www.fortunecity.es/metal/educacion/305/regionandina.htm



Espero que la información encontrada en este grupo de sitios, cumpla con sus espectativas sobre el tema.



sábado, 17 de septiembre de 2011

La fueteadora

La fueteadora es una serpiente propia de las selvas del Putumayo en Colombia. No muerde, pero es capaz de enroscarse en las piernas y dar a las personas una tremenda paliza hasta hacerlas sangrar. Dicen que se desenreda y se pierde entre la maleza, cuando termina de matarlas. No tiene veneno mortal, pero deja a las personas caminando más rápido de lo normal.



Cuenta la leyenda que una de sus víctimas fue un indio que un día se encontraba tumbado en su hamaca, retorciéndose de dolor, pues tenía grandes hematomas en las piernas y en la espalda, a causa de la fueteadora, con quien se había encontrado en la selva y con fuerza le había tomado de las piernas, arrastrándolo y golpeándolo en el suelo. Tres días permanecío tirado, enfermo, adolorido. pero esa tarde decidió levantarse apoyado de un bastón haciendo un esfuerzo sobrehumano para caminar.



Al cabo de quince días, el indio no presentaba en su cuerpo rastros de la paliza recibida por parte de la serpiente, pero la secuela continuaba. Nadie podía caminar junto a él, pues con el tiempo, su andar se volvió bastante rápido. Casi corría como huyendo de la sombra de algún fantasma y todo a causa de la jueteadora.



La gente de la región cree que que la serpiente fueteadora es la correa de San Agustín, que espanta los demonios de las personas. Otros aseguran que esta leyenda se cuenta para advertir a los caminantes sobre chismes, enredos, enemistades y patrañas comunes en esas tierras. También dicen que cuando se mata una serpiente fueteadora, se debe mirar para todos lados porque siempre andan de a dos. Eso sí, afirman que lo importante es matarla y quemarla para que otras serpientes no se acerquen, por el olor a muerte.


viernes, 16 de septiembre de 2011

I Concurso de cuento breve 2011

La REVISTA CULTURAL AVATARES, convoca al I Concurso de Cuento Breve, de acuerdo con las siguientes bases:

1. Podrán optar a este Premio las obras originales, escritas en lengua castellana, inéditas, que no hayan sido premiadas en otros certámenes y cuyos autores sean ciudadanos colombianos residentes en el país o en el exterior, sin límite de edad, y extranjeros que acrediten una residencia mínima de tres años en Colombia. Quedan excluidos los miembros del equipo editor de la Revista Cultural Avatares, los coordinadores del concurso y los miembros del jurado y sus familiares.

2. El tema será de libre elección y cada concursante podrá enviar solamente un cuento breve, inédito; firmado con seudónimo, escrito en español y no publicado en cualquier medio escrito, incluyendo el Internet.

3. El cuento tendrá como MÍNIMO 100 palabras, y como MÁXIMO 300 palabras, incluido el título y el seudónimo del autor. Escrito en formato Word, letra Times New Roman, tamaño 12; interlinea a DOBLE espacio y alineación justificada. NOTA: Estas especificaciones son de estricto cumplimiento. Si el cuento es enviado sin ellas, será descalificado.

4. El cuento será remitido por correo electrónico mediante archivo adjunto a la dirección: concursocuentoavatares2011@gmail.com
El nombre del archivo adjunto, así como el nombre del “Asunto” del mensaje, estarán conformados por el TÍTULO del cuento y el seudónimo del autor/a.

5. Paralelamente al correo electrónico de envío de la obra, el participante dirigirá otro a la siguiente dirección: datosautorconcursoavatares2011@gmail.com
con un archivo adjunto en forma de Plica y en formato Word, con los siguientes datos: Título del cuento; seudónimo; nombres y apellidos del autor; cédula de ciudadanía o pasaporte vigente; lugar de nacimiento; correo electrónico; dirección del lugar de residencia y teléfonos (fijo y/o celular). Así mismo anexarán un resumen con sus datos biobibliográficos de máximo 10 líneas de extensión.


NOTA: El nombre del archivo adjunto con esta información, así como el nombre del “Asunto” del mensaje que envíen, también deberán estar conformados por el TÍTULO del cuento y el seudónimo del autor/a.

6. Los coordinadores del concurso serán los únicos que se encargarán de administrar los datos de los autores suministrados en los dos correos mencionados. Los jurados no conocerán los nombres de los participantes mientras dure el proceso de selección, ya que las Plicas con los datos de los autores, sólo se darán a conocer después del fallo. Por lo anterior, todo tipo de dificultad en la recepción de los correos recibidos será solucionada por los coordinadores.

7. La apertura para la presentación de obras y datos del autor se abrirá el día 30 de junio de 2011 y vencerá al concluir el día 30 de septiembre de 2011. Toda obra que se presente después de la fecha de cierre quedará fuera de concurso, salvo que los coordinadores decidan una prórroga general antes de esa fecha.

8. El jurado estará conformado por escritores de prestigio, cuyos nombres se darán a conocer al finalizar el plazo de esta convocatoria.

9. El jurado elegirá un ganador y dos finalistas. El ganador recibirá una colección de libros de autores colombianos y la suscripción por un año de la Revista Cultural Avatares, en la que se publicará la obra ganadora. Así mismo, se otorgarán diplomas al ganador y a los finalistas. El equipo coordinador se reserva el derecho de publicar los cuentos finalistas en posteriores números de la Revista, en la página de Internet de la misma y en un libro cuya edición será decidida por el Consejo Directivo de la Revista Avatares, en cuyo caso, los autores (ganador y dos finalistas), autorizan expresamente su inclusión en dicho libro, cediendo los derechos por una sola vez y haciéndose acreedores a una decena de ejemplares.

10. Una vez el jurado expida el veredicto del concurso, éste se dará a conocer vía e-mail y a través de otros medios electrónicos, el día 30 de octubre de 2011. El fallo del jurado será inapelable.

11. La simple participación en este concurso supone la total aceptación de las presentes bases, y le da derecho a la coordinación de la Revista Cultural Avatares, a eliminar a los concursantes que no cumplan con todos los requisitos solicitados; y por otra parte, a difundir cualquier obra recibida.

Para resolver dudas, deberán dirigirse al e-mail: revista.avatares2009@gmail



miércoles, 14 de septiembre de 2011

Margarita

El siguiente es un bello poema de Rubén Darío llamado Margarita, una historia de princesas, estrellas, cielo y mar.


MARGARITA



Margarita, está linda la mar,
y el viento
Ileva esencia sutil de azahar;

yo siento
en el alma una alondra cantar
tu acento.
Margarita, te voy a contar
un cuento.

Éste era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha del día
y un rebaño de elefantes,
un kiosco de malaquita,
un gran manto de tisú
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita como tú.

Una tarde la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla,
una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
mas lo malo es que ella iba
sin permiso del papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho?
Te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho,
que encendido se te ve?"

La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
"Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad".

Y el rey clama: "¿No te he dicho
que el azul no hay que tocar?
iQué locura! iQué capricho!
El Señor se va a enojar".

Y dice ella: "No hubo intento;
yo me fui no sé por qué;
por las olas y en el viento
fui a la estrella y la corté".

Y el papá dice enojado:
"Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver".

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: "En mis campiñas
esa rosa le ofrecí:
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí".

Viste el rey ropas brillantes
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

Margarita, está linda la mar
y el viento
Ileva esencia sutil de azahar:
tu aliento.

Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.



lunes, 12 de septiembre de 2011

Escribiendo abecegramas

Los abecegramas son frases en donde cada una de sus palabras, comienza en orden alfabético. La primera palabra comienza con a, la segunda con b, la tercera con c, y así sucesivamente hasta llegar a la letra z. Un ejemplo claro del abecegrama en la literatura, se encuentra en El Quijote de la mancha, en donde Miguel de Cervantes Saavedra narra las características de un ser realmente enamorado:


...Él es, según yo veo y a mí me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, honesto, principal, quantioso, rico y las eses que dicen, y luego, tácito, verdadero. La x no le cuadra, porque es letra áspera; la y ya está dicha; la z, zelador de tu honra.

Lope de Vega, en "Peribáñez y el comendador de Ocaña", utiliza el abecegrama para referirse al amor de recién casados de los personajes Casilda y Peribañez.



Pero los abecegramas no pueden quedarse solamente para los ilustres literatos. Nosotros también podemos construir abecegramas en los que se narre una corta historia con sentido. Algunos aficionados que encontré en Internet y que me parecieron bastante buenos, son los siguientes:


"Anoche brillaron cerca, chispeantes, dos estrellas fugaces; gravitaban hermosas iluminando juntas kilométricos lugares; llevaban mágicos negros ñublos; originaban planetas que relucían surcando tenues universos,… vertiendo wolframio, xenón y zafiros.”



"Aunque bailabamos calmadamente, diciendo entre frases, grandes halagos. Indudablemente juntos kevin. La más niña ñoña observas, pero quiza resulte ser toda una vida. Wooww!! xoxalero y zaramullo".



"Animales bellísimos corren desvergonzados entre flores gigantescas. Hienas, iguanas, jaguares, kudues, leones, monos, nutrias,ñues, osos. Pájaros, quisquillas, roedores, si todos unidos vigilan Wallis, Xian y Zambia."

"Alegorías buscaba Cortázar. Dilogías esparramaba Fierro. Galeano hechizaba ironías justas. Kant moralizó nefastos ñiquiñaques. Onetti: Plata que río sepultó sobre tantas utopías vivenciadas, xeneizes, yorubas, zoques..."



Y tú, ¿te atreves a escribir un abecegrama?




sábado, 10 de septiembre de 2011

El lobo con piel de oveja

La siguiente fábula de Esopo, trata sobre las consecuencias del engaño. Para leer la fábula, haz click aquí.



sábado, 27 de agosto de 2011

La ondina del lago

De los hermanos Grimm, La ondina del lago narra la historia de un molinero que hace un pacto con una criatura de las aguas, una ondina, en el que cambia a su futuro hijo por riquezas. Al final, como hemos aprendido en los cuentos de hadas clásicos, el molinero aprende una lección.











domingo, 21 de agosto de 2011

El gritón


Más que una leyenda se trata de un juego como las nanas o canciones de cuna. Busca ser formativo para llevar a la niñez al respecto de normas y leyes. Del gritón se cuentan muchos relatos con extravagancias y prolongados gritos relacionados con sonidos. Dicen que es un duende que grita y persigue por largos trechos a las mulas cargadas. A veces las adelanta y de repente se vuelve a oir detrás, desorientando y metiendo miedo a los arrieros y despitando sus voces de mando, que confunden la voz del arriero guía, con la del espanto.



Otros afirman haber visto su sombra. Dicen que es un hombre alto y delgado que cruza velozmente los caminos y luego desaparece por los matorrales. Otros imaginan o lo ven, como un arriero cansado, que sentado en un monte, se pone a gritar.



Suele decirse que es el alma en pena de un arriero, que deshace los pasos por todos los caminos que en la vida frecuentó, por eso su presencia era frecuente en el mes de las ánimas del purgatorio. En otros lugares muchos lo ven como un ser premonitorio, que con sus gritos, anuncia borrascas, tempestades e inundaciones. Por eso es muy frecuente oír a nuestros campesinos decirle a los niños: "No grite... no sea desobediente, que se puede aparecer el gritón".


lunes, 15 de agosto de 2011

Cancerbero o Can Cerbero

El uso popular ha hecho de las palabras can y cerbero un solo vocablo: cancerbero, con el significado de "Guardían" o "Vigilante". Con fecuencia se emplea para referirse al guardameta o portero de un equipo de fútbol en expresiones como "Las geniales atajadas del cancerbero evitaron una goleada".



El Can Cerbero era hijo de dos deidades monstruosas llamadas Tifón y Equidna. Su oficio era guardar las puertas del Hades, mundo subterráneo o infernal, a fin de impedir la entrada de los vivos y la salida de los muertos. El poeta griego Hesíodo lo describe como un monstruoso animal que tenía cincuenta cabezas y cola de serpientes y lanzaba terroríficos ladridos. Versiones posteriores lo describen como un perro de tres cabezas.



Solo dos personajes lograron franquear las puertas del Hades a pesar de la vigilancia de Cerbero: Eneas y Orfeo. La Eneida narra que Eneas pudo ingresar al infierno y encontrarse con su padre gracias a la ayuda de la sibila de Cumas, que con un potaje hizo caer a Cerbero en un profundo sueño. Orfeo, por su parte, logró amansar al monstruo y entrar al Hades de su amada Eurídice gracias a la encantadora música de su lira.



Heracles venció al can Cerbero en cumplimiento de uno de los doce trabajos que le había impuesto su primo Euristeo. Cuando el héroe le presentó el monstruo amarrado, Euristeo sintió tanto temor que ordenó que lo devolvieran a su morada.





domingo, 14 de agosto de 2011

Cuando yo vine a este mundo



(Nicolás Guillén)

Cuando yo vine a este mundo,
nadie me estaba esperando;
así mi dolor profundo
se me alivia caminando,
pues cuando vine a este mundo,
te digo,
nadie me estaba esperando.

Miro a los hombres nacer,
miro a los hombres pasar;
hay que andar,
hay que mirar para ver,
hay que andar.

Otros lloran, yo me río,
porque la risa es salud:
lanza de mi poderío,
coraza de mi virtud.
Otros lloran, yo me río,
porque la risa es salud.

Camino sobre mis pies,
sin muletas ni bastón,
y mi voz entera es
la voz entera del sol.
Camino sobre mis pies,
sin muletas ni bastón.

Con el alma en carne viva,
abajo, sueño y trabajo;
ya estará el de abajo arriba,
cuando el de arriba esté abajo.
Con el alma en carne viva,
abajo, sueño y trabajo.

Hay gentes que no me quieren,
porque muy humilde soy;
ya verán cómo se mueren,
y que hasta a su entierro voy,
con eso y que no me quieren
porque muy humilde soy.

Miro a los hombres nacer,
miro a los hombres pasar;
hay que andar,
hay que vivir para ver,
hay que andar.

Cuando yo vine a este mundo,
te digo,
nadie me estaba esperando;
así mi dolor profundo,
te digo,
se me alivia caminando,
te digo,
pues cuando vine a este mundo,
te digo,
¡nadie me estaba esperando!

sábado, 13 de agosto de 2011

El maya y el diablo

(Mitología Americana)


Un maya que vivía en la miseria decidió vender su alma al diablo. Lo invocó y el diablo, viendo que era un hombre bueno, quiso quedarse con su alma, de modo que le ofreció siete deseos, uno para cada día, a cambio de su alma.



El primer día, el maya pidió dinero y el diablo le llenó la casa de oro y riquezas de tal modo que tendría suficiente para el resto de su vida. El segundo día, el maya pidió tener una buena salud y el diablo se lo concedió. El tercer día, el maya pidió comida y el diablo le puso una mesa llena que jamás se terminaba con los mejores manjares. El cuarto día, el maya pidió una compañera que lo amara y con la cual compartir una familia y el diablo hizo aparecer la mujer más hermosa y dulce que fue madre de sus hijos. El quinto día, el maya pidió poder y el diablo lo convirtió en rey. El sexto día, el maya pidió conocer el mundo y el diablo le ayudó a viajar hasta el último rincón llenando sus ojos de sabiduría por todo lo que había visto. El último día, el astuto maya pidió por capricho, que el diablo convirtiera los frijoles negros en blancos. El diablo se puso a lavarlos, pero los frijoles no se volvieron blancos.


Enfadado, el demonio perdió su alma porque no pudo conceder al maya el séptimo deseo, pero para vengarse, desde entonces creó otros tres tipos deliciosos de frijoles: los blancos, los amarillos y los rojos.

sábado, 6 de agosto de 2011

Este niño don Simón

El niño Simón Bolívar
tocaba alegre tambor
en un patio de granados
que siempre estaban en flor.


Montó después a caballo.
Dicen que en potro veloz
por campos de San Mateo
era el jinete mejor.

Pero un día se hizo grande
el que fue niño Simón,
y a caballo siguió andando
sin fatiga el soñador.

De Angostura hasta Bolivia
fue guerrero y vencedor,
por el llano y por la sierra,
con la lluvia y con el sol.


A caballo anda en la historia
este niño don Simón,
como anduvo por América
cuando era el Libertador.